La historia de Rivera debe comenzar a contarse luego de la Campaña del Desierto, en ese preciso momento de la historia de nuestro país en que se inició el reparto, compra y venta de las tierras ganadas al indio.
Asoman aquí las figuras de Federico Leloir y del barón Maurice de Hirsch. El primero fue el propietario inicial de 60 leguas de campo que el Estado vendió al oeste del actual partido de Adolfo Alsina; el segundo fue un filántropo judío, creador de la Jewish Colonization Assoziation.
¿Cómo y cuándo se cruzan las historias de ambos? Para contestar esto, hay que viajar a la Europa de la década de 1880. El barón Hirsch era por entonces un acaudalado empresario que decide dedicar los últimos años de su vida a salvar a miles de familias judías del hambre, la miseria y la muerte.
En 1891, conforme con la legislación inglesa, Hirsch fundó la Jewish Colonization Assoziation (JCA).
En el artículo 3 de su estatuto, la empresa expresó su objetivo: «facilitar la emigración israelita de los países de Europa y Asia donde ellos son deprimidos por leyes restrictivas especiales, donde están privados de los derechos políticos, hacia otras regiones del mundo donde puedan gozar de éstos y los demás derechos inherentes al hombre».
«A tal efecto –aclara el estatuto de la JCA–, la Asociación se propone establecer colonias agrícolas en diversas regiones de la América del Norte y del Sur, como también en otras comarcas».
La JCA obtuvo su personería jurídica en la Argentina en 1892, a través de un decreto del Poder Ejecutivo de la Nación. Sin embargo, pasaron 12 años hasta que los futuros habitantes de Rivera y sus colonias se pusieron en contacto con el representante de la JCA en San Petersburgo, a fin de iniciar la búsqueda de tierras para familias judías en nuestro país.
El 22 de junio de 1904 finalizó la espera: la JCA firmó el boleto de compraventa de una gran parte de la propiedad de Federico Leloir ubicada al oeste del territorio bonaerense. El 30 de noviembre de ese mismo año se firmó la escritura.
Fue una noticia de enorme importancia para centenares de familias de origen judío afincadas en el este de Europa, oprimidas económica y socialmente por los Reglamentos Provisorios dictados por Alejandro III de Rusia, que algunos historiadores consideran como el primer material ideológico que fundamentó el genocidio perpetrado medio siglo después.
En este contexto, el afincamiento en América surgía como una posibilidad de salvación; la emigración era ni más ni menos que un desplazamiento evasivo, antes que un movimiento fruto de la búsqueda de mejores condiciones de vida.
Así, a partir de octubre de 1904 los colonos comenzaron a llegar a Buenos Aires. Meses después se reunieron en Carhué y, con sus bagajes y herramientas, iniciaron el fatigoso traslado en carros.
De acuerdo con planes elaborados por la JCA, los colonos fueron divididos en grupos de 10 a 20 familias. Cada familia recibió una quinta de 5 hectáreas en la colonia, además de una unidad productiva de 150 hectáreas. La distribución se hizo por sorteo.
El objetivo era fomentar entre los colonos la creación de un sistema de cooperación mutua, que les permitiera explotar sus propiedades sin incurrir en altos gastos particulares.
Inicialmente, los colonos fueron establecidos en precarias propiedades (galpones abandonados y demás). Tras la primera cosecha, cada familia comenzó la construcción de su vivienda de adobe. Hacia fines de 1905, había en la zona 25 familias afincadas, con un total de 192 personas.

Mes a mes, año a año, fue aumentando la radicación de nuevos colonos. A los tres grupos iniciales se agregaron los de las colonias Cremieux (cuatro grupos), Montefiore (siete), Guinzburg (dos), Clara (tres), Leven (dos) y Philippson (dos). Más tarde se sumaron las colonias Tres Lagunas, Lapin, Veneziani y Starkmet.
Con esta estructura productiva en marcha, y su efecto multiplicador en actividades y empleos, sólo faltaba un hecho clave para la conformación de un pueblo: la llegada del ferrocarril.

El 1 de enero de 1907 se inauguró la vía férrea que unía al poblado naciente con Bahía Blanca y Huinca Renancó. Además, se construyeron dos ramales a Doblas y a Macachín (a los que recién en 1929, a instancias de una gestión vecinal, se sumó una línea a Carhué).

El edificio de la estación ferroviaria se erigió en 1908, aunque ya el 6 de octubre de 1906 el ministerio de Obras y Servicios Públicos de la Nación había fijado un nombre para ella y para la población circundante: Rivera.

De este modo, se honró a Pedro Ignacio de Rivera, diputado, vicepresidente de la Asamblea Constituyente e integrante del Congreso de Tucumán de 1816.
El primer edificio levantado en la localidad fue la administración –se la llamaba Agencia– de la JCA. Sin embargo, pronto se afincaron comerciantes y artesanos, herreros y carpinteros, hojalateros, talabarteros y zapateros. A ellos se sumaron maestros y médicos, además de técnicos y funcionarios vinculados con el tren y con los incipientes servicios públicos.
Así, hacia 1908, vivían allí 186 familias, compuestas por 892 personas. Un año más tarde –según informes de la JCA– los habitantes llegaban a 1.932 (251 familias).
La senda del crecimiento, aún con altibajos, no se abandonó nunca más. (Diario de Rivera/LaNueva)
Nota: El texto precedente fue extractado del libro de Francisco Loewy «75º Aniversario de Rivera y Colonias – Metas e Imágenes», escrito y editado en 1980, e impreso en los talleres gráficos del Instituto Técnico La Piedad, de Bahía Blanca.