Corría el año 1982. Argentina y Gran Bretaña buscaron definir en el campo de batalla la soberanía de las Islas Malvinas y el resultado no pudo ser peor: murieron 649 argentinos y tras los combates, 237 de ellos fueron sepultados en el cementerio de Darwin con la leyenda, en inglés, “Soldado solo conocido por Dios”.
Treinta años más tarde, ambos países firmaron un acuerdo humanitario para favorecer la identificación de los restos que yacían en una tumba múltiple. Por el trabajo del Comité Internacional de la Cruz Roja y el Equipo Argentino de Antropología Forense se logró identificar, por etapas, a los héroes de nuestro país: todo un avance para los deudos.
Desde 2018, familiares de un soldado pringlense que murió en Malvinas saben que los restos de Juan Domingo “Mingo” Rodríguez descansan en la tumba 313 de Darwin. Hay un antes, un después y un penoso durante en la historia de este joven que no aceptó el ofrecimiento que le hicieron de hacerlo zafar de la “colimba”. Consideró que debía cumplir con su deber. “Un año se pasa volando…”, decía en su entorno, sin imaginarse que iría a una guerra.
La familia no pudo despedirlo ni desearle suerte antes de partir. Cuando pretendiendo despejar un rumor que indicaba que lo habían llevado a Malvinas lo fueron a buscar a la guarnición de Mercedes donde prestaba el Servicio Militar Obligatorio, ya no estaba. La mamá del conscripto no podía creer. Pasarían varios meses para saber dónde y cómo estaba.
EN EL NOMBRE DE PERÓN
Juan Domingo Rodríguez era hijo de Horacio Luis Benjamín Rodríguez y Nélida Inés Alfaro. Llevó el nombre del ex presidente de la Nación y fundador del PJ, por quien el papá de “Mingo” sentía admiración, más allá de desempeñarse como integrante de su custodia. El soldado había nacido en Coronel Pringles el 26 de octubre de 1962 y fue el quinto de nueve hermanos (seis mujeres y tres varones).
Por la repentina muerte de su padre en un accidente, Juan Domingo dejó los estudios del nivel primario en quinto grado y empezó a trabajar. Cumplía labores en la zona rural, donde se ganó el afecto de quien era su patrón.
El 17 de marzo de 1981 tuvo que incorporarse al Servicio Militar Obligatorio. Inicialmente, lo destinaron a una unidad del Ejército de La Pampa, pero como resultado de algunas gestiones pudieron reubicarlo en el Regimiento de Infantería Mecanizado Nº 6 de Mercedes. Estaría más cerca de Roque Pérez, ciudad donde se domicilia su familia.
“Mingo” estaba a días de terminar la conscripción. No solo no le iban a dar la baja, sino que, además, lo llevaron al campo de batalla. Con el resto de la tropa despegó en un vuelo desde El Palomar el 12 de abril de 1982, como apuntador de fusil automático liviano. Al día siguiente pisaba suelo malvinense, su último destino.
Para Juan Domingo fueron 74 días de guerra. Murió la madrugada del 14 de junio de 1982, mientras volvía al “pozo” (refugio) con comida que se llevó de un bunker inglés para consumo propio y de sus compañeros en la conocida como “Dos Hermanas”. El soldado caminó más de veinte cuadras para hallar alimento mientras mantenía el sueño de toda una nación: el de recuperar la soberanía de las islas.
El destino quiso que pisara una granada y su pierna izquierda volara por el aire. Tras una breve agonía, murió desangrado en brazos de uno de sus colegas, no sin antes pedirle a ese soldado que le diera un mensaje a su mamá, Nelly, en Roque Pérez. Sus restos recibieron sepultura en el cementerio de Darwin, junto con otros 121 “soldados solo conocidos por Dios”.
INTERMINABLE ESPERA
Rosa Elena Rodríguez, la menor de los hermanos de “Mingo”, fue el contacto que el sitio La Brújula 24 buscó para profundizar esta conmovedora historia. Ella confió que de la presencia en Malvinas del soldado pringlense tuvieron confirmación por una carta papel que llegó por correo. Nelly la leyó; los hermanos escucharon: el orgullo era generalizado. “Decía que lo habían llevado a una guerra, que comía y que estaba bien, acompañado por sus amigos”, indicó Rosa.
Una mañana, 35 años después de terminada la guerra, Daniel Torres, compañero de “Mingo” en la fatídica madrugada, tocó el timbre en la casa de la familia Rodríguez en Roque Pérez. Estuvo casi 24 horas hablando con Nelly. Torres había logrado superar dos obstáculos: sus problemas de salud y la falta de coraje para llevar el mensaje del conscripto moribundo.
“Torres le decía a mamá ‘si quiere pégueme con un palo; su hijo murió en mis brazos’. Ella, ahí, bajó la guardia porque eso fue como una bomba”, relató Rosa.
“Mamá no tuvo certeza antes de morir, en 2007, que ‘Mingo’ estaba sepultado en Darwin. El resultado del ADN lo tuvimos en 2018, cuando también me entregaron la estampita de la Virgencita de Luján con cadenita y una foto. Ella creía que él iba a volver; por eso dejaba las rejas abiertas. Lo soñó con una muleta porque le faltaba una pierna, y fue así”, indicó.
Mientras procuraban saber el destino de Juan Domingo, dos desgracias sacudieron a la familia en 2006: una hermana del soldado se suicidó a los 40 años y otra falleció, a los 38.
“Después que supo cómo había muerto mi hermano, mamá ya no quería comer y se levantaba de la cama solo para esperarlo a él. Tres días antes de morir me hizo prometerle que nunca dejaría a ‘Mingo’. ‘Vos vas a poder’, me decía. Ella quería que él quedara allá, en las islas, y así lo hice: quedó sepultado en Darwin”, manifestó Rosa.
La hermana del soldado pringlense hizo tres viajes a Malvinas: 2005, 2010 y 2018. En los dos primeros regresó sin saber dónde estaban los restos de su hermano. “La primera vez me dio mucha bronca porque no sabíamos si él estaba o no. En el avión, a la vuelta, me lloré todo”, señaló.
Desde hace tres años, hay certeza que los restos de Juan Domingo están en la sepultura 313. Y en un cajón; ya no en una bolsa, como fue al principio. “La tercera vez que estuve en Darwin el corazón me latía muy fuerte; sentía alivio. Creía que él estaba bien y cumplí con el deseo de mamá de dejarlo allá”, indicó.
Nelly nunca renegó de que su hijo fuese enviado a la guerra. “Siempre dijo que ‘era una bendición de Dios; cosas del destino’. No lo digo porque sea mi hermano, pero era muy buena persona. No tenía maldad y ni un día nos olvidamos de él, que esperaba volver para trabajar y ayudar a mamá”, afirmó Rosa.
EL REGRESO QUE NUNCA OCURRIÓ
Mucho se escribió y dijo sobre el regreso al continente de los combatientes. Lamentablemente, parte de la sociedad dio la espalda a los veteranos. Para los familiares fue el inicio de una etapa igual de difícil: el de dar contención y, para otros, asumir la resignación de no tener físicamente a quien partió defendiendo a la patria.
Los Rodríguez recorrieron esperanzados pueblo por pueblo buscando al soldado pringlense. “En Roque Pérez ayudaron siempre y llevaban a mamá a dónde sea. ‘Nélida, está en Saladillo’ le decían y allá iba ella, sin importar la hora”, dijo Rosa.
Luego de saber de la muerte de Juan Domingo, a medida que se acercaba el 2 de abril (día de inicio oficial de la guerra), Nelly no lloraba. Evidentemente, la procesión iba por dentro. “Es como que tenía la cabeza en otra cosa. Tres días después, caía. Sufrió mucho”, precisó la hermana del conscripto.
EL SOLDADO AMIGO
Juan Domingo Rodríguez entregó la vida por sus compañeros. Según el relato del soldado que lo vio morir, “Mingo” le pidió “decir la verdad” a su madre Nelly.
“No seas cobarde como los h…de p…que nos trajeron acá. Vos decile a mi mamita, así se queda tranquila”, señaló Torre en la casa de los Rodríguez.
“Quiero que ustedes coman así se van para las casas (sic)”. Eso decía el joven pringlense a sus compañeros, que trataban de hacerlo reflexionar para que no fuera a buscar alimento, con el riesgo que eso implicaba.
El 26 de octubre de 2021, Juan Domingo debería haber cumplido 59 años. “Duele que Dios me lo llevó temprano; a la vez, estoy contenta y orgullosa. Él dio la vida por la patria y por sus amigos. Cuatro días antes de recibir el llamado donde me confirmaban que lo habían identificado, soñé con él. Con la ropa de soldado, a los pies de mi cama me dijo: ‘gracias hermanita…’”.
RECONOCIMIENTOS
La entrega que tuvo Juan Domingo Rodríguez mereció que en distintas ciudades de la provincia de Buenos Aires le rindan tributo.
En Roque Pérez se construyó un monolito, en 2017, con tres símbolos: la estatua que recuerda a “Mingo”, el pabellón nacional y la clásica imagen de las islas.
“A cada familia que salga o llegue a Roque Pérez, ‘Mingo’ los va a estar custodiando, como está allá en el Atlántico Sur”, se indicó en el acto de inauguración. (Augusto Meyer/La Brújula 24)