El Tribunal en lo Criminal N° 1 le impuso 20 años de prisión a L.A.R. -no se identifica al hombre para preservar a las víctimas- por los delitos de abuso sexual con acceso carnal reiterado, algunos de los cuales fueron agravados por el uso de arma.
Monstruosa, como cada abuso sexual a un niño, y más cuando se da repetido en el tiempo y en un ámbito intrafamiliar, es la historia que sufrieron dos primas en el barrio Miramar de Bahía Blanca y que terminó con la condena del padrastro de una de ellas.
El fallo, de los jueces Hugo De Rosa, Christian Yesari y Ricardo Gutiérrez, aceptó el planteo condenatorio de la fiscal Marina Lara y del particular damnificado Diego Moral Pujol, aunque ambos acusadores pedían 27 y 50 años de cárcel, respectivamente.
Los hechos se produjeron en diferentes momentos y en dos viviendas distintas de ese sector, especialmente entre 2008 y 2013.
Sin embargo, el último ataque se produjo el 23 de enero de 2017, cuando una de las víctimas, que ya tenía 18, fue engañada para ingresar en su casa -el hombre le dijo que pasara porque su hermano menor estaba triste y la extrañaba- y someterla, nuevamente bajo amenazas con el arma blanca.
En algunos casos, cuando las primas tenían entre 8 y 10 años, fueron abusadas de manera conjunta, siempre bajo amenazas y en momentos que la madre de una de ellas y expareja del condenado se encontraba trabajando. Incluso el hombre les tomaba fotos en plena acción y les advertía que las iba a viralizar si hablaban.
Cuando había cumpleaños y fiestas familiares, ellas trataban de esquivarlo, pero él se les acercaba para decirles que estaban lindas y que las extrañaba.
Las declaraciones de las víctimas, que a criterio de los peritos psicológicos no fabulan y son absolutamente coincidentes, fueron catalogadas de sinceras, espontáneas y contundentes por parte del tribunal.
«No tengo dudas que los hechos resultaron tal como lo mencionaran las víctimas», expresó De Rosa, con la adhesión de sus colegas.
Múltiples trastornos
Cuando a una de las chicas la citaron en la fiscalía para observar fotos de elementos secuestrados en la causa irrumpió en un llanto espontáneo al ver la cuchilla con la que tanto tiempo había sido amenazada.
Las dos sufrieron múltiples trastornos que se prolongan a la actualidad, como pasa con cada una de las víctimas de abusos a temprana edad.
Sentimientos de culpa (el abusador las responsabilizaba), angustia, ansiedad, baja de la autoestima, trastornos alimenticios y de sueño y dificultades para mantener relaciones, entre otras cuestiones.
Una víctima contó que durante un tiempo aumentó significativamente de peso «para no gustarle». Llegó a pesar 98 kilos a los 11 años.
Hoy mantiene las perturbaciones con la «imagen corporal» y evita los espejos y los probadores de ropa.
«Mi salida era la comida», también admitió la otra, quien a su vez tuvo dificultades escolares porque le «irrumpían» pensamientos que la bloqueaban en su rendimiento. (La Nueva)