En 2013, el diario bahiense La Nueva realizó un promedio de cuánto costaba afrontar una carrera universitaria siendo un estudiante de la región. Los alquileres rondaban los 2.000 pesos y para la comida se necesitaban aproximadamente 1.000 más. Esos costos básicos, más algunos gastos adicionales, implicaban un presupuesto de 4.000 pesos que servían para vivir con lo justo pero sin pasar necesidades.
“Estoy viviendo en Bahía hace más de dos años. Cuando me mudé calculaba más o menos 20.000 pesos por mes para poder vivir cómoda, sin contar gastos de servicios, expensas y teniendo en cuenta que aún vivíamos en un contexto de pandemia donde no había salidas o posibilidad de reunirse en algún bar”, contó Martina, estudiante de Derecho oriunda de Guaminí. “Hoy en día eso cambió y los aumentos se hacen notar en todo”.
El presupuesto de un estudiante no solo ha sufrido un cambio drástico a lo largo de la última década, sino que continúa aumentando año a año.
En la actualidad, el alquiler de un departamento o pensión varía entre los 20.000 y los 80.000 pesos, mientras que los gastos en comida y otros ítems básicos como limpieza alcanzan los 20.000 por mes.
Los gastos generales suelen ser en productos estrictamente necesarios, “lo imprescindible para comer y vivir”, señaló uno de los estudiantes consultados. En general, las compras las realizan de forma mensual en supermercados, aprovechando ofertas y promociones de billeteras virtuales.
En la mayoría de los casos, los estudiantes también reciben encomiendas que envían las familias desde sus localidades de origen, lo que a veces es una forma de ahorro y de optimización de tiempos. Para abaratar los costos (y también por gusto personal), muchos estudiantes prefieren invertir tiempo en cocinar y evitar comprar comida hecha.
En general, afirmaron no haber dejado de consumir ningún producto pero sí tener que elegir marcas que se ajusten mejor a su presupuesto: «Tuvimos que cambiar la marca del queso untable porque gastábamos demasiado en un solo producto y era imposible de mantener», contó Santiago, estudiante de Educación Física.
Gran parte de los jóvenes que se mudan a Bahía Blanca estudian en universidades públicas, pero esto no significa que su educación no implique gastos. Aun sin tener en cuenta el transporte, invierten en libros o fotocopias.
“Para estudiar saco fotocopias siempre”, afirmó Ana, estudiante pringlense de la Licenciatura en Química. “Si bien es más caro (que utilizar otras opciones como leer desde algún dispositivo móvil), no me afecta tanto la vista, se me hace mucho más fácil leer y puedo ir marcando todas las dudas o las cosas importantes”.
Lo que solían ser 60 pesos mensuales hace una década, se convirtieron en aproximadamente 2.000 o más. “Gasto mucho en fotocopias y también depende de si tengo que sacarle a libros completos. Por ejemplo el otro día saqué uno y gasté como 2.000 pesos. Pero no se compara a lo que sale un libro real. Después, más o menos por semana, debo tener 500 o 600 pesos en las fotocopias diarias de apuntes o diapositivas, teorías, etcétera”, expresó.
En la actualidad, otra opción disponible para acceder a los materiales de estudio es en formato pdf, a través de computadoras, tablets o teléfonos celulares. Pero esto, si bien es un recurso gratuito, depende también del acceso a un dispositivo móvil y a una buena conexión a internet. Hoy un servicio de wifi ronda los 5.000 pesos. Una década atrás, menos de 500.
Algunos estudiantes de la zona optan por universidades o institutos privados. En estos casos, sus gastos se incrementan entre 10.000 y 50.000 pesos mensuales de cuota.
En lo que respecta al estudio, ningún estudiante se lo toma a la ligera. La mayoría de ellos manifestó que lleva las materias (o incluso la carrera) al día y que su formación universitaria representa una enorme responsabilidad.
“Yo sé que mi mamá, para poder mantenerme acá en Bahía, hace un esfuerzo enorme y se prohíbe un montón de cosas para que yo estudie”, señaló Ana. “No estudiar implicaría que no valoro nada del esfuerzo que ella hace”.
Según un sondeo en redes, un alto porcentaje de los estudiantes no trabaja, aunque algunos sí lo hacen con el objetivo de comenzar a ganar experiencia para cuando terminen la universidad o simplemente para poder darse algún que otro gusto.
Para los estudiantes, muchas veces “darse gustos” se traduce en la posibilidad de realizar algún plan distinto: salir a la noche, juntarse en un café con amigos, pedir helado o simplemente comprarse un chocolate.
La mayoría manifestó que no sale a bailar muy frecuentemente, pero cuando lo hace, eligen ir al Club Universitario.
Hace diez años se estimaba que se gastaban 150 o 200 pesos en salidas mensuales. Actualmente, se calcula un gasto aproximado de 3.000 pesos por salida. Esto incluye la entrada, “lo que tomás en la previa” y el consumo de una bebida dentro del establecimiento. “Sin querer queriendo, los gastás”, señaló uno de los estudiantes.
Gran parte de los jóvenes contó que también realiza actividades por fuera del estudio. Muchos eligen hacer ejercicio: ir al gimnasio o practicar algún deporte.
En promedio, los estudiantes de la región afirman que desde que comienzan a vivir solos, adquieren la costumbre y gusto por caminar. Viviendo en la ciudad consideran que todos los destinos se encuentran “acá nomás”, a diferencia de sus localidades, donde tal vez distancias menores parecen demasiado largas para recorrer a pie y prefieren llegar en auto (propio, de la familia, de algún amigo).
Caminan para salir a la noche, para ir a la universidad, incluso para realizar una actividad distinta a estudiar. Muchas veces, el motivo por el cual prefieren ir a pie tiene que ver con la realidad económica que enfrentan a diario, ya que todo implica un gasto más.
Clara, otra estudiante de Coronel Pringles, comentó que prefería caminar hasta la universidad antes que utilizar cualquier otro medio de transporte. Hasta hace unos días, no viajar en colectivo también tenía que ver con el ahorro, aunque desde el mes pasado rige el boleto universitario gratuito.
De todos modos, ese beneficio por ahora alcanza a los estudiantes de universidades públicas, no de centros de estudios de carácter privado. Por eso otra opción es la bicicleta, ya que solo algunos pocos tienen la posibilidad de mantener un auto o compartir gastos con alguno de sus compañeros.
Aproximadamente una vez al mes, preferentemente durante los feriados, los estudiantes vuelven a sus ciudades o pueblos de origen. Para esto, eligen viajar en combi o en micro (con un costo aproximado de 2.500 pesos por pasaje en el caso de las localidades más cercanas), o muchas veces prefieren buscar alguien que viaje y con quien puedan compartir gastos. Solo en algunos casos los busca su familia.
En estas visitas aprovechan para hacer trámites o realizarse controles médicos. Varios de ellos manifestaron que, a menos que se trate de una urgencia, prefieren acudir a su médico de confianza, aunque signifique trasladarse hasta una ciudad diferente. Explicaron que esto se debe a la costumbre, a la mayor disponibilidad de turnos y en algunos casos también se abaratan los costos.
Uno de los principales cambios que implica la vida de estudiante fuera del hogar familiar es asumir nuevas responsabilidades. “En muchos aspectos, tanto en lo económico, como en horarios y prioridades, aprendí muchas cosas en lo personal, cosas básicas que antes no estaba acostumbrado a realizar”, afirmó Francisco, estudiante rionegrino de Derecho.
Los jóvenes afirmaron que, desde que comenzaron a vivir solos, son más conscientes de los costos. “El hecho de manejar tu plata y de tener toda la libertad del mundo con eso, me abrió un montón la cabeza”, contó Ana.
“Conlleva un montón de responsabilidad el manejo del dinero. Porque hoy te depositan plata y tenés un montón en la cuenta, pero hay que ser consciente de que tiene que durar 30 días. No te podés gastar el primer día todo porque vas a estar sin comer un mes”, agregó.
Según Martina, “venir a vivir sola fue todo un desafío, pero me hizo madurar. Empecé a darme cuenta y ser consciente de lo difícil que es mantener una casa hoy en día y del esfuerzo que hacen mis papás para que yo hoy pueda estar acá”. (Por Antonia Romano/La Nueva)