Con la dirección del portaaviones nuclear George Washington, la tercera joya atómica de la America’s Navy de Estados Unidos, una veintena de instructores también extranjeros y la participación de las armadas de cuatro países de la OTAN, comenzará en la argentina Base Naval Puerto Belgrano la primera fase de la Southern Seas 2024, el décimo ejercicio de tal tipo ordenado por la IV Flota del Comando Sur norteamericano. Marinos de siete países sudamericanos, entre los que no estará Brasil, y de cuatro de extrazona, entre los que estará Gran Bretaña, abrirán el próximo 29 de mayo el tramo Passex de estas maniobras que se desarrollarán en el curso del año. El presidente Javier Milei será quien dé luz verde al inicio de las acciones, seguramente enfundado en un flamante uniforme de combate de la armada.
Según la página web del Pentágono de Estados Unidos, hasta ahora única voz oficial de la Southern Seas, Milei “recibirá con honores especiales” al submarino nuclear, que el 25 de abril zarpó de su base de Norfolk, la más grande del mundo, situada en el Estado atlántico de Virginia, escoltado por el destructor de misiles guiados USS Porter y el buque de abastecimiento USS John Lenthall. En Puerto Belgrano lo esperarán oficiales de Argentina, Chile, Colombia, Ecuador, Perú, Paraguay y Uruguay junto con los de Gran Bretaña, Canadá y Países Bajos, para iniciar “este operativo que proporcionará la ocasión de mejorar la interoperatibilidad y crear confianza con las fuerzas marítimas de las naciones socias”, al decir del jefe de las fuerzas navales del Comando Sur, Jim Aiken
Se ignora si el Poder Ejecutivo –Ministerio de Defensa y la cancillería– cursó al Congreso el pedido de admisión imprescindible para el ingreso de tropas extranjeras, que al menos en el caso de Estados Unidos tiene por norma incluir una garantía de inmunidad. Es decir, que bajen en los puertos para distenderse libremente y quedar exentos de imputación en caso de incurrir en excesos. Según palabras de Aiken en la web del Pentágono, oficiales y soldados esperan “visitar varios lugares espectaculares en América del Sur, ya que los efectivos de la marina estadounidense no suelen ir y ver esta parte del mundo”.
En lo que el Comando Sur dirigido por la generala cuatro estrellas Laura Richardson, gestora e ideóloga de estas maniobras, observa como “la gran novedad de las Southern Seas 2024”, un equipo internacional de aproximadamente una veintena de oficiales de Estados Unidos y los tres invitados de la OTAN ofrecerá instrucciones a bordo del George Washington. Los acompañarán instructores del US Naval War College (el llamado “hogar del pensamiento” de la armada norteamericana) y trabajarán con el personal embarcado del Destroyer Squadron 40 (ejecutor de la estrategia marítima norteamericana al brindar apoyo táctico a las operaciones navales en el área de responsabilidad del Comando Sur).
Con la clara idea de señalar la importancia que el Pentágono le da a este tipo de ejercicios con sus “socios”, como define a lo que en realidad son sus aliados, es ilustrativo acercarse a su página web. Allí resalta el significado del portaaviones nuclear, al que además de dar como la tercera unidad de la US Navy, le dedica un párrafo breve pero contundente. “El George Washington –dice– es una pieza clave de la fuerza naval, con pistas más adaptables y mayor capacidad de supervivencia que cualquier otra de sus características en el mundo. Su personal está siempre listo para entrar en acción, entrenado y equipado para una gran gama de misiones de mar, realizar ataques y maniobrar en el espectro electromagnético y en el ciberespacio. Ninguna otra fuerza naval del mundo tiene una unidad comparable”.
El Comando Sur cobró vida con la designación de Richardson como su jefa, en marzo de 2021 y ya desde su comparecencia ante el Senado norteamericano, para recibir el visto bueno a su nominación, que acababa de anunciar el presidente Joe Biden. En el Congreso, la generala dejó traslucir que a su rol militar –teñido por un violento y cavernario lenguaje propio de la Guerra Fría– le agregaría un cierto tono diplomático, para presionar desde ambos flancos a los gobiernos de los países dueños de las mayores reservas de litio del mundo. Así embaucó a los congresales que estaban dudosos de aceptarla para el cargo, con la garantía de que pelearía en todos los frentes para asegurarle a EE UU los recursos estratégicos –minerales, materias primas, agua– para seguir desarrollando su juego de gran potencia.
La IV Flota, hoy un engranaje clave de la política militar-diplomática norteamericana, estuvo desactivada durante casi dos décadas, hasta que en 2008 fue reactivada, durante el gobierno del republicano George W. Bush. Un analista militar de la estatal Universidad de la República de Uruguay explicó así las causas del renacer del aparato naval: “Ocurrió después de que el Pentágono analizara con preocupación el retroceso parcial de su peso político regional. La Venezuela conducida por Hugo Chávez y un potente Brasil dirigido por Lula pasaron a ser actores principales que marcaron la agenda estratégica para el continente. Y un dato no menor: el funcionamiento de la IV Flota se reflota luego de que, en aquel entonces, Brasil descubriera nuevos yacimientos petroleros en su plataforma marina”.
Las carencias que exhibirán las achanchadas marinas de guerra sudamericanas contrastarán con la opulencia de sus pares norteamericanos, por ejemplo, parte de una máquina de matar cómodamente financiada por una sociedad que no tiene muy en claro dónde van a parar sus entregas al fisco. Cada año, en tiempos de la declaración de impuestos, el Institute for Policy Studies (IPS) de Washington entrega “Tu recibo fiscal”, un informe basado en datos oficiales que muestra a qué ítems se destinan los impuestos ciudadanos. Año tras año, se confirma que los grandes beneficiarios son el Pentágono y sus empresas contratistas. El año pasado cada contribuyente, desde un niño hasta un anciano, pagó un promedio de 2974 dólares en impuestos destinados al Pentágono. De esa suma, apenas 705 dólares se destinaron a pagar el salario de las tropas, mientras 1748 fueron asignados a subsidiar a las empresas contratistas del Ministerio de Defensa. Desde la Lockeed Martin (el mayor productor de armas, aviones y artículos para matar) hasta Space Exploration Technologies Corp, el monstruo de Elon Musk orientado a fabricación aeroespacial y ofrecer servicios de transporte espacial con el fin de reducir el costo de una hipotética colonización de Marte.
La armada francesa en Río Grande
El Río de la Plata y el Atlántico Sur se han convertido en áreas de libre disponibilidad para las flotas de guerra occidentales que, siguiendo el histórico ejemplo de Estados Unidos, entran en las aguas jurisdiccionales de Argentina y Uruguay ante la vista gorda –o quizás se podría apelar a algún término más contundente, cuando de lo que se habla es de soberanía– de los gobiernos de ultraderecha de ambos países. Con el súper poderoso portaaviones nuclear de la US Navy, George Washington, llegarán altos oficiales de Gran Bretaña, Países Bajos y Canadá, expertos de la OTAN, como los norteamericanos, que instruirán a sus pares sudamericanos en las últimas artes de la estrategia marinera.
Será simplemente otro capítulo de la historia permisiva escrita por los sectores dominantes. La Royal Navy británica está establecida desde siempre en las Malvinas y domina las aguas circundantes, donde el Reino Unido ya extendió licencias petroleras y pesqueras y, para afirmar simpatías en el territorio usurpado, se encarga de mantener abastecidas las bodegas y tiendas que garantizan el buen vivir de los isleños en medio de esas soledades. Ahora, gracias a una denuncia del movimiento sindical fueguino, se sabe que el domingo 5 de mayo dos naves de la armada francesa estacionaron frente a Río Grande, sin que nadie supiera que andaban por allí si no fuera por la advertencia de la CGT local.
Ninguno de los legisladores fueguinos consultados en Ushuaia estaba al tanto. El tema nunca llegó al Legislativo, que es el único poder constitucionalmente apto para autorizar el ingreso de tropas extranjeras al territorio patrio. Según la armada nacional, el Tonnerre, un poderoso portahelicópteros, y la fragata Guépratte llegaron en el marco de la misión Jeanne d’Arc, que se desarrolla con el objetivo de “formar una nueva generación de oficiales de la marina francesa en áreas de interés estratégico”. La armada local explicó que “la escala de los buques fue para reabastecimiento, aunque previamente se hicieron prácticas conjuntas”. Ni el ministro de Defensa Luis Petri ni la canciller Diana Mondino hablaron del tema.
Una semana antes de la incursión francesa había llegado al puerto de Montevideo el buque Cutter James, de la Guardia Costera norteamericana. Los uruguayos se enteraron de la visita gracias a la web de la embajada de Estados Unidos, así como los argentinos supieron del amarre de la nave en Buenos Aires, el 29 de abril, por obra y gracia de la informática (https://ar.usembassy.gov/es/el-buque-cutter-james-de-la-guardia-costera-de-eeuu-llega-a-buenos-aires/). El ministro de Defensa de Uruguay, Armando Castaingdebat, y el canciller Omar Paganini se diferenciaron de Petri y Mondino. Hablaron. “Me enteré por la prensa”, admitió Castaingdebat, interpelado desde la Comisión de Defensa del Congreso.
La embajadora de Estados Unidos en Montevideo, Heide Fulton, fue más elocuente. Dijo a los diputados que se trató de “una visita programada”, por lo que “damos las gracias por el apoyo recibido de la armada, el Ministerio de Defensa y la cancillería para hacer posible esta escala que nos permite crecer en interacción con las instituciones militares, policiales y civiles”. En su agradecimiento al gobierno de Luis Lacalle Pou, la diplomática exageró con los buenos modales y usos propios de su profesión, y en un lenguaje edulcorado reseñó que “el James y su tripulación de 150 hombres y mujeres viajaron 8000 kilómetros desde su hogar en Charleston, Carolina del Sur, para estar hoy con nosotros en este bello país”.
(Tiempo Argentino)