El candidato de la extrema derecha José Antonio Kast reconoció este domingo la victoria del izquierdista Gabriel Boric como nuevo presidente de Chile, cuando se imponía con más de 10 puntos de diferencia en unos comicios cruciales, tras escrutarse el 68,78% de las mesas.
«Acabo de hablar con @gabrielboric y lo he felicitado por su gran triunfo. Desde hoy es el Presidente electo de Chile y merece todo nuestro respeto y colaboración constructiva. Chile siempre está primero», escribió Kast, abogado de 55 años, en su cuenta en Twitter.
La divulgación de esos resultados provocó un estruendo de felicidad en el comando de la campaña de Boric, en un hotel en el centro de Santiago, donde colaboradores y simpatizantes del candidato comenzaron a cantar “Se siente, se siente, Boric presidente”.
El nuevo presidente quedó segundo en la primera vuelta del 21 de noviembre. Nadie creyó realmente que pudiese dar vuelta el resultado en el desempate -no hay antecedentes en Chile de algo semejante- pero su estrategia fue un camino hacia éxito. Boric tendió una mano a los partidos de la Concertación, la Democracia Cristiana y el Partido Socialista, y consiguió el apoyo de los padres fundadores. Fue el gesto que necesitaba para sumar los votos del centro, aquello que le habían escapado por su alianza con el Partido Comunista. Arrasó en los barrios pobres, entre las mujeres y entre los votantes menores de 30 años.
Boric ganó las elecciones con promesas de cambios profundos, estructurales. Sus propuestas son las mismas de la calle alzada, aquella que reconoce el crecimiento de la economía chilena, la caída estrepitosa de la pobreza y el aumento inusitado del consumo durante la transición. Los jóvenes chilenos saben que son más ricos y, por supuesto, infinitamente más libres que sus padres, que vivieron en dictadura. Pero se han cansado de la herencia de aquel experimento neoliberal, que dejó a las empresas la administración de los servicios públicos -en la Constitución chilena, aprobada en 1980, el agua es un derecho privado – y terminó por forjar una sociedad desigual, de familias endeudadas y con un Estado mínimo y ausente. Las nuevas generaciones quieren recibir los beneficios del “milagro chileno”, un país con una estabilidad y unos indicadores que son la envidia de sus vecinos.