«Si volviera a nacer volvería a ser maestra rural».
La frase pertenece a Lilian Vaz, maestra de escuela rural durante casi toda su vida, quien recorrió un largo camino en la docencia para afirmar lo que hoy sostiene: que su trayectoria e inéditas vivencias tuvieron un gran sentido.
Desde el comienzo de su carrera como educadora siempre sintió una profunda vocación por llevar el conocimiento a aquellos que más lo necesitan. En las escuelas rurales, donde los recursos son escasos y las distancias pueden ser desalentadoras enfrentó innumerables desafíos, desde largos viajes en condiciones adversas hasta la falta de infraestructura básica.
Las escuelas donde Lilian enseñaba a menudo estaban ubicadas en áreas remotas, rodeadas de naturaleza exuberante y belleza, pero también aisladas de la vida urbana y sus comodidades. A pesar de las dificultades, ella siempre se mantuvo firme en su determinación de brindar educación de calidad a sus estudiantes. Ella sabía que cada niño merecía la oportunidad de aprender y crecer, sin importar su ubicación geográfica. Por eso la llamamos: Maestra Coraje.
Nació el 29 de agosto de 1953 en Villa Maza, en el distrito de Adolfo Alsina y se crió en el campo. Su mamá los llevaba, a ella y a su hermano, en un sulky todos los días hasta la Escuela Nº6 Julio Argentino Roca de Villa Maza. También en el pueblo hizo la secundaria en el Instituto José Manuel Estrada.
“Fui tan feliz que me gustaría volver a esa época. Recuerdo hasta como se enterraba la rueda del sulky cuando pasaba por las lagunas en las que estaban los patitos”, contó.
En 1972 se mudó a Carhué para estudiar el profesorado de enseñanza primaria en el Instituto San José del que egresó en 1975. De aquellos años conserva amigas que hoy son familia.
A los 22 años, a pocos días del Golpe Militar de 1976, le asignaron la primera escuela. La nombraron directora, aunque jamás había dado clases en una escuela rural.
Le tocó la Escuela Nº 25 José Manuel Estrada del pueblo Avestruz y paraje Campo Peters en Adolfo Alsina a 125 km de Carhué y 50 de Darregueira.
“Ni una sola práctica me había tocado en escuela rural. No sabía cómo se trabajaba, pero tenía el coraje de los 22 años. A mí me enseñaron los chicos”, comentó.
Lilian tampoco tenía auto para llegar hasta allí. Tomó un tren hasta Rivera con una familia y luego siguió sola hasta Darregueira donde la esperaban para llegar hasta la escuela.
“Era una escuela de madera que estaba en la punta de una estancia y tenía 10 alumnos. Los chicos me decían “Señorita, ahora le tenés que dar clase a los de primero’, y después ‘Ahora le tenés que dar a los de segundo’. Así fui aprendiendo”, recordó.
Allí vivió con una familia en un campo que tenía un sulky con ruedas de goma.
“Cuando me llevaban a la escuela yo bajaba a abrir la tranquera. Un día al ver el monte cerrado de piquillín, en el límite con la Pampa, para el lado de Guatraché, hice un chiste: ahora aparece un puma. Y el señor me contestó: ‘Todas las madrugadas’. A partir de entonces todas las noches me preguntaba ¿hoy aparecerá el puma? Gracias a Dios nunca apareció”, rememoró.
Luego, en la Escuela Nº 11 de Colonia Montefiore, a 20 km de Tres Lagunas y a unos 25 de Rivera en Adolfo Alsina, conoció una cultura diferente.
“Era una comunidad judía. Tuve alumnos excelentes y sus padres excelentes personas, muy cultos y educados. Tenía también alumnos alemanes que hoy tienen más de 50 años”, dijo.
Luego se mudó a la Escuela Nº4 Antártida Argentina de Arano, donde aprendió mucho de una directora que llegó a ser su gran amiga: Celina Nora Lejarraga de Preux.
“En Arano nacieron mis padres y ambos fueron a esa escuela al igual que mis tías maternas que vinieron de España, por eso fue muy especial para mí”, remarcó.
Regresar a Villa Maza a visitar a sus padres era un desafío.
“Las comunicaciones no eran como hoy. Alguien me acercaba hasta Rivera y de allí me iba en el tren de carga, en el vagón de atrás o en la máquina. Mi casa quedaba paralela a la vía. El maquinista paraba y me dejaba en la puerta”, contó.
Una vez viajó junto a animales que eran transportados con motivo de la Guerra de Chile.
“No olvidaré jamás aquella sensación tristísima”, comentó.
Montefiore estaba cerca de Tres Lagunas, un pueblo rural muy chiquito. Una vez que quería volver a Carhué pero no tenía un peso se coló en el tren de pasajeros.
“Tuve la suerte de encontrar a un amigo que me prestó la plata para pagar el pasaje ¡Era difícil quedarse en el campo sola un fin de semana!”, expresó.
“Me casé de grande y no tuve hijos, pero he sido muy feliz. Me vine a Carhué y en 1980 falleció mi mamá, fue muy duro, pero salí adelante. Mi papá se vino conmigo y trabajé un año en la Escuela Nº 1”, dijo.
También estuvo en la Escuela Nº31 Juan José Passo, del paraje Las Torres.
Un día se quedó encajada en su viejo Citroen y estuvo 12 horas aislada, mojada, con un par de botas nuevas completamente embarradas.
“Caminé y caminé para buscar ayuda hasta que vi una camioneta y me largué a llorar. No tenía calefacción ni abrigo. Pensé que iba a pasar la noche ahí”, dijo.
Eran empleados encargados de recoger a las personas que arreglaban los caminos. La sacaron del pantano y manejaron su auto hasta Carhué.
“Cuando volví a cruzar el arroyo tiré las botas por la ventanilla”, narró.
De ahí estuvo en la Escuela Nº 2 Almirante Brown, de Paraje Cilley, a 10 km de Carhué.
“Lo mejor de ser maestra rural son los chicos. Tiene una forma especial de vivir la vida. Son ingenieros desde chiquitos: saben todo. Son cariñosos, nobles y buenos. Se ayudan entre todos y más aún si son hermanos”, añadió.
“Todas las familias hacían un sacrificio inmenso para llevar a los chicos la escuela. No era fácil. No había créditos como ahora para comprarte un auto. Yo tenía un Citroen viejo lleno de agujeros que lo único que tenía de bueno era que se podía empujar”, dijo.
“Un día estaba con una maestra de apoyo en el Citroen, se largó a llover y el auto se llenó de agua. Mi amiga Claudia armó un barquito de papel que se movía entre nuestras piernas. Tratábamos de ver las cosas con alegría. Nos levantábamos temprano para conseguir que alguien nos empujara”, recordó.
Lilian, además, fue Maestra de Educación Especial durante 25 años. Se jubiló el 1 de marzo de 2008 y vive en Carhué con su esposo. Aún se reúne con sus amigas.
Ser Maestra Especial no es fácil. Hay que tener mucha sensibilidad, ser empática y entender a todos. Y pararte en la vereda de enfrente y saber que no te está pasando a vos”, remarcó.
También dio clases en la Escuela Nº 17 (donde fue directora tres años) que se creó luego de la inundación de Epecuén y luego estuvo en la Escuela Nº 16 de paraje Casey, que en 2000 la cerraron.
Estuvo dos años más en la Escuela Nº 2 de paraje Cilley (una vez más) y finalmente le tocó la Escuela Nº 8 de Paraje Charango Estancia La Concepción, a 25 km de las ruinas de Epecuén, con 20 alumnos de 1º a 7º grado.
“Yo tenía 49 años y no era la misma energía de los 20, lo veía difícil. Pero salí adelante y allí me jubilé”, dijo.
“Agradezco a mis padres por la oportunidad de estudiar, a mamá especialmente que me apuntaló siempre, a mis amigas, a mis colegas, a mi marido, alumnas y a las familias de las diferentes comunidades. Agradezco a la vida por darme la oportunidad de ser maestra rural y haber conocido la esencia de a escuela rural y de la escuela especial”, rescató.
Asimismo dedicó un especial recuerdo para las maestras rurales que ya no están.
Por último, agradeció especialmente al doctor Alberto Rantucho, por la sensibilidad de rescatar recientemente su historia y su trayectoria.
Lilian Vaz ha sido una fuerza transformadora en las vidas de sus alumnos y en la comunidad en general. Su dedicación incansable y su determinación para superar cualquier obstáculo son un ejemplo inspirador.
A través de su labor, ha dejado una marca imborrable en las comunidades rurales, sembrando la semilla del conocimiento y la esperanza en aquellos lugares donde la educación a menudo se consideraba un lujo inalcanzable.
Su legado perdurará en las vidas de aquellos a quienes ha tocado con su pasión y compromiso.
Invierno-verano: Cuando íbamos a dar clases todo era muy lindo en los meses de verano pero cuando llegaba el invierno teníamos que prender una estufa a querosene. La prendíamos a la una de la tarde cuando llegábamos y empezaba a calentar a las cinco cuando salíamos. ¡El frío que habremos pasado en esas escuelas! Pero una era oven y mucho no se daba cuenta. yo me di cuenta con los años.
Las mejoras. Allá por 1998 el gobierno dotó a todas las escuelas de luz eléctrica, pero yo di muchísimos años sin corriente eléctrica y pusieron zeppelin o sea que teníamos calefactores, estábamos hechas unas estrellas. Otra cosa que tuvimos fue DirecTV a fines de los 90 y eso fue muy importante a los fines didácticos.
(*Por Anahí Gozález Pau/La Nueva)