
“Drácula, el musical”, creado por Pepe Cibrián y Ángel Mahler que a comienzos de mes inició una serie de funciones en el estadio porteño Luna Park como parte de una gira nacional de festejo por los 30 años de su estreno, volverá en Septiembre a Bahía Blanca donde agotó localidades este fin de Semana.
Tras haber agotado todas las localidades a la venta, el espectáculo encabezado por Juan Rodó, Cecilia Milone y Karina Levine, regresará al Teatro Municipal el 10 y 11 de Septiembre.

Los “fenómenos” teatrales suelen ser muy pocos. Porque incluso muchas obras exitosas fueron eso: sucesos, pero sin llegar a convertirse en “fenómenos”. Estamos hablando de espectáculos que perduran en el tiempo, con un público incansable que no sólo parece no agotarse sino que hasta se repite; propuestas que duran años y años, y aunque se pausen, cuando retornan lo hacen con el mismo brío, el mismo donaire, el mismo toque de magia. Eso es lo que sucede con Drácula, el musical cada vez que se reestrena. Pero, además, este retorno es muy especial. La obra, que cuenta con una legión de fanáticos, cumplió 30 años el año pasado, un aniversario que no se pudo celebrar con el correspondiente reestreno porque sus creadores estaban distanciados. Reconciliación mediante, tanto Pepe Cibrián (autor y director) como Ángel Mahler (compositor y director musical) y sus socios productores tuvieron la gran idea de honrar a su público con un final (porque aseguran que esta es la despedida definitiva de la obra) acorde a su inicio. Ese hecho puso a este estreno (o reestreno) en otro nivel, en calidad de “acontecimiento”.
Este retorno-despedida cuenta con el gran mérito de Hernán Kuttel, en la reposición de la puesta en escena de Cibrián. Tan respetuosa como enriquecida. De los seis protagonistas, cuatro formaron parte del elenco original de 1991: Juan Rodó, Cecilia Milone, Laura Silva (conmovedora) y Pehuén Naranjo. Es tan emocionante ver cómo sus cualidades vocales permanecen intactas y cómo, a su vez, han crecido en el aspecto interpretativo. La madurez se yuxtapone con la nostalgia y ellos cuatro vuelven a producir magia. Lo mismo ocurre con Mariano Taccagni, quien encarna a Jonathan, y Josefina Scaglione, como Lucy. Él demuestra una gran seguridad escénica y presencia. En tanto, Scaglione (quien también ha crecido como actriz notablemente) es hipnótica, soberbia.
Karina Levine, como la Condesa, y Carlos de Antonis, como el Marinero loco (ambos del elenco original también) ponen oficio, carisma y talento al servicio de sus criaturas. Y también merecen resaltarse los trabajos individuales de Cristian Giménez, Lorena García Pacheco, Damián Iglesias, Diego Cassere y Tali Lubi, además de muchas individualidades en el ensamble. En total son 50 talentos en escena.

Los fenómenos teatrales están llenos de preguntas sin respuestas, porque el teatro es eso: un gran misterio. No hay fórmulas de éxito ni todos los espectáculos de excelencia se convierten en sucesos, por cierto, muy pocos. Drácula, como propuesta escénica, posee ese mismo misterio que contiene su argumento. Encanta, cautiva, seduce, fascina. Miles y miles de espectadores saben de memoria toda la obra, no una canción… ¡toda la obra! Y por suerte no la cantan en la platea porque quedan hipnotizados por los talentosos artistas que están sobre el escenario. No es habitual que, sobre el final, un estadio repleto ovacione de pie una obra, con sus celulares encendidos, dándole cierre al rito que se acaba de cumplir.
Lo que se vive en este retorno de Drácula es un clima de recital amoroso. Allí adentro todo es excitación. Hasta los que nunca vieron la obra se contagian, se ve, se palpa. Se observan madres y padres con hijos jóvenes que se abrazan juntos para compartir ese fervor.
La obra se ha analizado muchas veces, por lo tanto, una crítica convencional no corresponde ante tamaño acontecimiento. A menudo quienes frecuentan las salas teatrales escuchan el mismo comentario antipático: “Muy linda, pero un poco larga”, en obras que tal vez duran no más de una hora y media. La paciencia ya no pareciera ser la misma. Drácula dura casi tres horas, con un intervalo, y nadie se mueve de su butaca. Nadie dice: “es un poco larga”. Tiene la duración que debe tener porque la historia diseñada por Pepe Cibrián, inspirado por la novela de Bram Stoker, dura lo que debe durar. Y uno se deleita hasta en las pausas, en las transiciones. Porque la partitura de Ángel Mahler también construyó dramaturgia. Hay melodías que serán eternas, letras que se repetirán durante muchísimos años como para remarcar que Drácula es el clásico de los clásicos en el repertorio del musical argentino.
En definitiva, hasta el más detractor del género musical sentirá cosquillas en el pecho con este clásico que llena de orgullo al teatro musical vernáculo.
