José “Pepe” Mujica falleció este martes a los 89 años en su chacra de Rincón del Cerro, a las afueras de Montevideo, tras una prolongada lucha contra el cáncer de esófago. La noticia fue confirmada por el presidente uruguayo Yamandú Orsi, quien expresó: “Con profundo dolor comunicamos que falleció nuestro compañero Pepe Mujica. Presidente, militante, referente y conductor. Te vamos a extrañar mucho Viejo querido. Gracias por todo lo que nos diste y por tu profundo amor por tu pueblo”.
El exmandatario uruguayo fue una de las figuras más emblemáticas de la política latinoamericana contemporánea. Su vida atravesó casi todas las formas de la militancia: fue guerrillero tupamaro en los años 60, preso político durante la dictadura, legislador, ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca, y presidente entre 2010 y 2015. Desde cada uno de esos lugares, Mujica cultivó un estilo inconfundible: sobrio, directo, despojado de solemnidad, coherente hasta el final.
Del fusil a las urnas
Nacido en Montevideo en 1935, Mujica abrazó la lucha armada en los años 60 como integrante del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, un grupo insurgente que buscaba un cambio revolucionario en Uruguay. Fue herido de bala en varias ocasiones y pasó casi 15 años en prisión, buena parte de ellos en condiciones inhumanas, confinado en celdas de aislamiento. Tras su liberación en 1985 con la restauración democrática, apostó por la vía institucional. Fue elegido diputado, luego senador, y más tarde ministro durante el gobierno de Tabaré Vázquez. En 2009, ganó las elecciones presidenciales al frente del Frente Amplio.
Durante su presidencia, Mujica impulsó una ambiciosa agenda progresista que incluyó la legalización del matrimonio igualitario, la despenalización del aborto y la regulación estatal del mercado del cannabis, lo que convirtió a Uruguay en un país pionero en derechos civiles. Promovió además políticas de inclusión social como el Plan Juntos, destinado a brindar viviendas dignas a familias de bajos recursos, y fue clave en la creación de la Universidad Tecnológica del Uruguay (UTEC), que amplió el acceso a la educación superior en el interior del país.
Pero si algo marcó su mandato fue su coherencia personal con los ideales que predicaba. Vivió toda su vida en su chacra junto a su compañera, la también exsenadora Lucía Topolansky, y donó alrededor del 85% de su salario presidencial para proyectos sociales. Rechazó los lujos del poder, prefirió andar en su viejo Volkswagen Fusca y convirtió la austeridad en una bandera política. Su célebre discurso en la cumbre de Río+20, en 2012, donde criticó al consumismo global, recorrió el mundo y consolidó su perfil como una figura ética de referencia.
El legado de una figura singular
Tras dejar la presidencia, Mujica siguió siendo una voz escuchada y respetada en la política uruguaya e internacional. Apoyó activamente al Frente Amplio y, en particular, a Yamandú Orsi, el actual mandatario. Su figura trascendió la política partidaria: fue invitado a conferencias internacionales, universidades y foros de todo tipo, donde siempre mantuvo su estilo llano, su defensa de la justicia social y su amor por la libertad como valor supremo.
En octubre de 2024, Mujica anunció públicamente que padecía cáncer de esófago y que sus médicos no le recomendaban someterse a un tratamiento invasivo debido a su enfermedad inmunológica preexistente. En aquel momento dijo: “He vivido con un montón de causas, no me arrepiento de lo que he hecho. Me han echado al hombro el milagro de vivir y no tengo derecho a quejarme de nada”.
Su pedido fue claro: ser enterrado en su chacra, junto a su perra Manuela, símbolo de su vida modesta y su conexión con la tierra. Con su muerte, se va un hombre que convirtió la política en una forma de servicio y la coherencia en su principal capital. Su legado no solo se mide por las leyes que impulsó, sino por la marca ética que dejó en la vida pública de su país y de la región.
(Infocielo)