Cuando el viernes 17 de mayo de 2013 se conoció la noticia de la muerte del genocida Jorge Rafael Videla y sus pormenores, resultó imposible no reparar en el contraste de dos imágenes: la del militar flaco, envarado, de gesto adusto y voz castrense que comandó la etapa inicial y más sangrienta de la última dictadura cívico militar y la del preso que fue encontrado sin vida, sentado con los calzoncillos bajos en un inodoro de la cárcel de Marcos Paz.
Uno de los tres principales ideólogos militares de esa dictadura, nunca se arrepintió de los crímenes que cometió desde la cúpula que comandó el Estado Terrorista instaurado el 24 de marzo de 1976 ni de la represión ilegal de toda oposición, llevada a cabo mediante un plan sistemático que encubrió los asesinatos escenificando falsos enfrentamientos armados y encarceló sin proceso judicial a miles de personas, obligó a otros miles a partir al exilio para salvar sus vidas y dejó un saldo de 30.000 desaparecidos.
Fue también el mascarón de proa con que la dictadura se mostró ante el mundo para justificar un genocidio con el argumento de salvar así a “la sociedad occidental y cristiana” de las garras de “la subversión internacional y sus agentes” dentro de la Argentina. Como comandante en jefe del Ejército, integrante de la junta militar y presidente inconstitucional del país fungió como instrumento del poder económico que instó a las Fuerzas Armadas a hacerse del poder derrocando a un gobierno elegido democráticamente con dos objetivos básicos: la eliminación física de la disidencia política e ideológica, y destruir la economía nacional para encadenar a la Argentina, en una posición de completa dependencia, al sistema financiero internacional.

La solidaridad de ambos objetivos era imprescindible para esa estrategia: en un tablero geopolítico mundial que enfrentaba a los dos grandes bloques, el terrorismo de Estado era una condición necesaria para aplicar un modelo económico que apuntaba a la exclusión de un importante sector de la sociedad. Con el ministro de Economía José Alfredo Martínez de Hoz –representante de los aliados locales del capitalismo rentístico financiero que comenzaba a manifestarse a nivel global- como fogonero de esas políticas, Videla encabezó su costado más siniestro, el de la muerte.