“La familia está donde está tu corazón”, dice un proverbio que Pablo y Cristina han hecho suyo. Tras ocho años intentando sin éxito tener hijos biológicos, encontraron en la adopción el camino para formar una familia.
A lo largo de ese tiempo, la pareja se enfrentó a seis tratamientos de fertilidad, incluidos procedimientos complejos como inseminación artificial y fecundación in vitro.
“Era una carga emocional muy fuerte. El reloj biológico corre muy rápido”, recordó Pablo.
Sin embargo, las ilusiones pronto se convirtieron en desilusiones, lo que los llevó a replantear su sueño de ser padres.
La decisión de inscribirse en el Registro Único de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos (RUA) fue un punto de inflexión. Y aunque el proceso no fue sencillo, su perseverancia dio frutos.
“Adoptar no es fácil. Te hacen completar formularios donde preguntan desde la edad y el color de piel hasta condiciones de salud. Te llaman solamente si el chico reúne los requisitos”, explicó Pablo.
Dos años después, recibieron una llamada que cambiaría sus vidas para siempre: en Stroeder, una localidad del partido de Patagones, tres hermanas, Camila, Araceli y Dalma, buscaban un hogar.
Las niñas, separadas temporalmente tras una intervención judicial que constató que su hogar de origen en Villa Bordeu no era seguro, enfrentaban el desafío de mantenerse juntas.
“Camila, la mayor, estuvo separada de sus hermanas un tiempo. Ellas lloraban mucho, no querían que nadie se les acercara, no comían y pedían por ella. Entonces resolvieron llevarla a Stroeder, donde estaban sus hermanas, y ahí fue cuando empezaron a mejorar”, relató Cristina.
La fuerte conexión entre ellas llevó al juez a dictaminar que debían ser adoptadas como grupo.
El destino parecía entrelazado con sus vidas: Pablo, nacido en Stroeder, escuchó hablar de las niñas a través de su madre, quien frecuentaba la iglesia del pueblo y las conoció. Incluso coincidieron en un evento cultural donde Pablo interpretó tangos. Una de sus hijas, llevada por las monjas del hogar, estaba sentada en primera fila.
“Tengo fotos de ese momento. Es como si todo hubiera estado escrito”, confesó emocionado.
De repente, padres
La adopción avanzó rápidamente, y hace diez años las niñas llegaron al hogar de Pablo y Cristina. Camila, de 4 años y medio, y las mellizas Araceli y Dalma, de 2 años y 3 meses, transformaron de inmediato la rutina familiar.
“Fuimos padres de golpe. No teníamos camas, había solo una habitación, y la casa era un lío”, recordó Cristina.
Sin embargo, los desafíos iniciales iban más allá de lo material. La adaptación fue compleja tanto para las niñas como para ellos.
“Eran muy independientes. Yo quería darles de comer en la boca, pero no querían porque ya sabían usar los cubiertos. Sentía que no me necesitaban”, contó Cristina. “No me hallaba, estaba desbordada. Se juntaron muchas cosas”, continuó explicando.
“Si tenés un embarazo, puede ser o no deseado, es un proceso de nueve meses de acomodamiento. Acá llegaron y era accionar, no te deja tiempo. De golpe cambiar pañales y modificar nuestra rutina. Fue difícil disfrutarlo a pleno, lo disfrutamos muy poco”, compartió Pablo.
Por las noches, las niñas sentían la ausencia con intensidad. “Cada una tenía su particularidad: Camila era más reacia, Dalma lloraba y pedía por las monjas, y Araceli buscaba una figura materna en cualquier persona que se cruzara”, sumó Cristina.
“Habiendo atravesado las tres la misma situación, cada una vivió un proceso distinto”, sostuvo.
A pesar de los momentos difíciles, la pareja trabajó para construir un hogar lleno de amor y estabilidad. Con el tiempo, la conexión con sus hijas creció, y juntos superaron las barreras iniciales.
Hoy, Camila, Araceli y Dalma tienen 15 y 12 años, y el hogar que sus padres construyeron está lleno de proyectos y sueños compartidos.
“La gente dice que hicimos una obra al adoptarlas, pero en realidad ellas hicieron la obra con nosotros”, reflexionó Cristina.
La pareja también ha sido clave para que las niñas mantengan el contacto con sus otros tres hermanos biológicos. “Somos una familia grande”, aseguró Pablo.
Inspirando a otros
Natalia Florido, directora de la Red Argentina por la Adopción, subrayó la importancia de compartir historias como la de Pablo y Cristina para generar conciencia.
«La mejor forma de incentivar la adopción es mostrando estas historias. Son las que nos hacen ver que, realmente, todo es posible”, afirmó Florido.
La Red es una asociación civil dedicada a la concientización y sensibilización sobre el tema de la adopción. Su misión es abordar este tema de manera abierta, desmitificando creencias erróneas y visibilizando las realidades de los niños que encuentran una familia.
Uno de los principales desafíos que enfrenta la adopción, explicó, son los casos de niños mayores, grupos de hermanos —como sucedió en esta historia— y menores con algún tipo de discapacidad.
“No existe un libro que nos enseñe a ser padres, ni tampoco uno que nos enseñe a ser hijos”, reflexionó Florido, quien también es hija adoptiva.
La historia de Pablo, Cristina, Camila, Araceli y Dalma es un testimonio vivo de que la familia no siempre nace, sino que también se construye, día a día, con paciencia, compromiso y mucho amor.
(*Por Marina López / La Nueva)