En medio de las noches otoñales, abril nos ofrece una postal inolvidable: la lluvia de estrellas Líridas. Este fenómeno, que se produce cada año entre el 17 y el 26 de abril, alcanza su punto máximo durante la madrugada del 22, cuando puede observarse una mayor cantidad de meteoros por hora atravesando el cielo con brillo fugaz.
Originadas a partir del cometa Thatcher (C/1861 G1), las Líridas son una de las lluvias de meteoros más antiguas registradas por la humanidad, con menciones que datan de más de 2.700 años. Lo que las distingue no es tanto la cantidad —que suele oscilar entre 10 y 20 meteoros por hora— sino su intensidad visual: sus trazos son brillantes, veloces, y en ocasiones dejan estelas persistentes.
¿Desde dónde y cómo verlas?
En el hemisferio sur, se recomienda observarlas desde lugares alejados de la contaminación lumínica, idealmente a partir de la medianoche y hasta antes del amanecer. Este año, la Luna creciente puede atenuar un poco el espectáculo, pero muchas de las estrellas fugaces más brillantes seguirán siendo visibles a simple vista.
Aunque su radiante (el punto del cielo del que parecen salir) se encuentra en la constelación de Lyra —visible en el norte del cielo nocturno— no es necesario buscar esa constelación para disfrutar del fenómeno. Las Líridas pueden cruzar distintos puntos del cielo, regalando destellos inesperados.
Si bien este fenómeno cósmico, que se remonta a más de 2700 años, tendrá más meteoros por hora observables en el hemisferio Norte que en el Sur, el espectáculo en los cielos nocturnos vuelve a capturar la atención de astrónomos, aficionados y curiosos con su promesa de luces fugaces y misterios celestes en una noche estrellada y sin contaminación lumínica o de smog.
Registradas por primera vez en el año 687 a. C. por astrónomos chinos, las Líridas constituyen una de las lluvias de meteoros más antiguas conocidas, y su origen se encuentra en los fragmentos que deja tras de sí el cometa C/1861 G1 Thatcher, descubierto hace más de 160 años.

La Tierra cruza cada abril una franja de escombros en su órbita, residuos dejados por el mencionado cometa que, al entrar en contacto con nuestra atmósfera, se desintegran formando estelas de luz que surcan el cielo. En el hemisferio Norte se ven todos los años el doble de estrellas fugaces que en el Sur. “Se va desintegrando a medida que avanza”, explicó el doctor Ed Bloomer, astrónomo del Real Observatorio de Greenwich.
Este fenómeno ocurre cuando las partículas de polvo y roca alcanzan grandes velocidades y, al rozar la atmósfera terrestre, producen destellos visibles desde el suelo. La constelación de Lyra, el arpa, da nombre al evento, ya que desde esa zona del firmamento parecen emanar los meteoros.
Aunque las Líridas no son las más espectaculares en términos de volumen, como sí lo son las Perseidas en agosto, ofrecen un encanto singular por su longevidad, por sus meteoros veloces y brillantes y por la posibilidad —aunque impredecible— de toparse con bolas de fuego. Estas esporádicas explosiones de luz, provocadas por fragmentos de mayor tamaño, intensifican el asombro del espectador.
“No hay un atajo. Hay que dejar que la vista se acostumbre a la oscuridad y hay que perseverar. El ritmo puede no ser constante y los meteoros aparecer de forma intermitente. Basta con no parpadear en el momento equivocado para no perder la oportunidad de ver uno”, advirtió Bloomer.
El pico de actividad de la lluvia se espera entre el 21 y el 22 de abril de 2025, aunque el evento completo se extiende desde el 17 hasta el 26. La asociación estadounidense American Meteor Society estima una tasa promedio de 18 meteoros por hora durante el momento de mayor actividad.
En ciertos años excepcionales, como los registrados en 1803, 1922, 1945 y 1982, las tasas llegaron a los cien meteoros por hora, ofreciendo un espectáculo inolvidable en lugares como Virginia, Grecia, Japón y Estados Unidos. Aunque tales picos no son frecuentes, cada año existe una pequeña posibilidad de que se repita una ráfaga de esa intensidad.